Del amor al odio

Del amor al odio

La vida despertaba a cada golpe de luz, el rayo de sol se abría paso lentamente a través de la maraña de sueño que salpicaba la ciudad. Sera, remoloneó un instante mientras se despertaba los ojos con ronroneos de gata. Dejó a “eso” en su lado de la cama sin ni siquiera plantearse el despertarlo. Y con gesto grácil se calzó sus zapatillas para ir corriendo a despertar a su “tesoro”.

Gabriela dormía ajena a todo y a todos en este mundo. Su hija era la razón con mayúsculas para levantarse por la mañana, su hija era la razón con mayúsculas que mantenía atada a Sera al mundo de la realidad. Gabriela era sin ningún lugar a dudas, la pequeña brújula imantada con cariño, que permitía a Sera enredarse en el mundo actual y mantener el rumbo. Si se me permite hacer un comentario. Creo que es el amor más profundo, el amor de una madre por su hija.

Sera despertó con dulzura a Gabriela, esta sin dudarlo un instante se lanzó a su cuello. Le susurró un “te quiero mami” con esa voz ronca y melosa propia de las mañanas, se limpió las legañas con el dorso de la mano y le hizo prometer antes de lavarse los dientes que la llevaría al parque a ver a los demás peques. Sera, hinchada de amor, duchó a Gabriela, hizo el desayuno para las dos (ignorando al que dormía en la cama), vistió con cariño a su nena y de la mano como dos amigas salieron de casa.

Pasearon por las calles llenas de vida, engalanadas, majestuosas, sublimes. Gabriela ungida de la mano y colgando de la otra mano la esperanza, la vida, el derecho de una madre a reclamar la libertad prohibida. El mundo rebosaba alegría, las aceras bañadas del frío rocío se antojaban recién estrenadas, nuevas a los ojos de la gente, inmaculadas, señoriales, imperecederas… Como amaba Sera pasear de la mano de Gabriela, sentir sus dedos minúsculos enroscándose en la palma de su mano y notar la vida que brotaba de ella… Si el tiempo tuviese alma amigos, hubiera tenido la decencia de detenerse tan sólo un instante para ver a estos dos ángeles cogidos de la mano. Gabriela sonreía y cada sonrisa que emergía de su pequeño cuerpecito, radiaba una felicidad que contagiaba a quién tenia la osadía de mantener su mirada fija en esa niña de oro. La felicidad se compone de pequeños fragmentos que se reparten en la vida de un hombre, según los sabios, este instante en la memoria de cualquier persona (si se hubiese podido compartir) significaría sin duda uno de los mayores placeres en la vida de cualquiera de nosotros.

Gabriela jugó y se arrastró. Rió y corrió. Tal y como hacen los niños cuando son jóvenes y desconocen los peligros del mundo. Se divirtió hasta la saciedad con sus amigos, pidió más y más. Era como un pequeño ángel que regala vida a su paso, era como… esos pequeños ángeles que decoran los capiteles de las Sagradas Construcciones como pueden ser Notre Dame o la misma Saint Étienne. Tan sólo una ley influía en la vida de Gabriela y era la ley de la gravedad, porque de no ser por ella os juro que esa niña hubiese salido volando!.

Y llegó la hora de regresar a casa, ambas se despidieron de sus amistades y de la mano regresaron silbando y cantando a casa.

Era un día mágico, era un día perfecto…

Sera, acompañó a Gabriela a la ducha, con cariño le pidió que se desvistiera mientras ella iba por ropa limpia para cambiarse. Le puso en la mano su patito de goma y con una sonrisa le dijo – No quiero ver esto lleno de espuma cuando vuelva, eh! - Gabriela, lanzó una risotada y sugirió una de esas miradas tramposas que adivinan algo de rebeldía en los ojos. Sera divertida, dejó el cuarto de baño y fue por la ropa. Por el camino observó los platos sucios sobre el fregadero, la ropa tirada por el suelo y una botella de Whisky, Glenfiddich. Su marido, se había despertado. Con sigilo entró al cuarto de la niña y recogió una muda de ropa sencilla y cómoda para Gabriella. Cerró la puerta y se dirigió al baño.

Cuando Sera abrió la puerta de la habitación, un alud de sensaciones se apoderó de ella. Gabriela con la cabeza gacha y una lágrima que le bañaba la mejilla, se encogía entre temblores, se agarraba las piernas con las manos y sollozaba con lamentos entrecortados. No paraba de mirar su vientre, y sentada sobre un charco de su propia sangre no podía articular palabra, sencillamente ese pequeño ángel no podía mantener la mirada fija. Delante de ella un hombre desnudo con alcohol en su aliento, la tocaba. Arrastraba sus sucias manos por la delicada piel de Gabriela y le susurraba palabras dulces con la entonación de un borracho, de un degenerado, con la mirada perdida propia de las bestias. Ese hombre, su padre, una bestia que había perdido la noción de ser persona, dirigió sus ojos a Sera y entre dientes igual que una víbora, dijo – Apenas la he tocado, esta niña no entiende, necesita algo más de disciplina! -. Algo dentro de Sera murió ese día, algo dentro de ella se resquebrajó como una fina capa de hielo y una parte muy importante del corazón de Sera ennegreció como el hollín. No sabría deciros en que preciso momento surgió la bestia que habitaba dentro de Sera, no se si fue en el preciso momento en que agarró con su mano derecha el cuchillo de la cocina o mientras apuñalaba a su esposo una y otra vez. No sabría deciros en que momento de esa tarde de espanto, Sera se relegó a la categoría de animal, tal vez fue mientras escupía en el cuerpo de su marido o mientras se ensañaba una y otra vez con él. Tal vez, mientras levantaba rápidamente el cuchillo para volver a descargarlo sobre el caliente cuerpo de su marido, una y otra vez, una y otra vez… No sabría deciros en que momento de esa tarde, Sera perdió la noción de su ser y se entregó al embrujo de la sangre, si fue mientras maldecía y presa de la ira martilleaba el despojo que era el cuerpo de su marido o si fue después… mucho después…

No sabría deciros en que momento Sera dejó de mirar a los ojos. Pero a partir de esa tarde, nunca más dirigió su mirada a nadie.

Y nuestro ángel, Gabriela, dejó de sonreír como lo hacen los ángeles de los capiteles de Notre Dame o Saint Étienne. Para convertirse en una niña triste, en una sonrisa forzada, en un ángel caído…

Porque del amor al odio, a veces, tan sólo hay un paso…

--“Tu corazón es libre, ten el valor de hacerle caso”--

Comentarios

Cynthia Harte ha dicho que…
No soy masoquista, pero aqui o allá tu relato causa el mismo efecto, pense que ya no dolería tanto leerlo nuevamente...Me equivoque.sigue pegando fuerte.
Un abrazo compañero.
Así que también estas en el foro de "a escribir" quién eres? Poe?

Merci por el comentario
Marta Uma Blanco ha dicho que…
Miguel, qué relato más hermoso. Tienes una sensibilidad especial para ponerte en la piel del otro. Las he visto juntas en el parque, parecidas y bellas, insuflando el aire con su espíritu risueño. Y la he visto a ella, Sera, convertida en adulta sin misericordia, arrastrada a ese mundo tan oscuro que también es el nuestro. Me conmuevo porque así despiertan muchas niñas día a día, porque la violencia contra las mujeres es un mal que no cesa, porque como bien reflejas en tu relato, la violencia sólo engendra más violencia, convirtiéndonos en animales indignos, artífices de la espiral en la que todos estamos metidos hasta el cuello.
Me entristecen todas esas hadas como Sera.

Un beso
y una lágrima
Marta
veronica ha dicho que…
Esa frase a la que haces referencia es de la película Braveheart, si no me equivoco.

Un salugo blogero

Entradas populares