Ad astra per aspera

Despierta Gaio…

Tu cuerpo, no es tu cuerpo. En el sueño repetido una y mil veces, noche tras noche, tan sólo existes en la nada. Tu cuerpo, que no es tu cuerpo, se sacude y se convulsiona, en cíclicos espasmos. Tu presencia se hace constar únicamente por esos hermosos y profundos ojos azules (los ojos del libad) y dos manos pétreas, colosales… una de las cuales presenta en su palma el mapa de tu destino, mientras la otra, golpea con violencia el futuro como si fuera una tormenta de Coriolis.

Despierta

El aroma a tibia mujer, inunda la estancia, se abre paso entre tus sentidos de la misma calmada manera que los rayos de sol se hunden por la ventana. Conoces el hermoso rostro que se anuda a tu torso, lo has conocido siempre, se te presentó hace diez largos años, en medio de sueños y fiebre…Ayer celebraste el rito a Juno, ritos propicios para asegurar el futuro de tu mujer, así como el de tu hijo no-nato. Espero que sean del agrado de los dioses

Gaio Gentúlico Lucio Voreno, de la familia de los Voreno, centurión de la 3º cohorte de la 13º legión la “Nova Invicta”, baluarte del Imperio Romano y última defensora de las mermadas defensas del muro de Adriano, que separan Londinium ( actual Londres), de las tribus bárbaras del norte de Britania.
El águila imperial alza el vuelo…
Te despides de tus esclavos con instrucciones precisas, un beso a tu mujer, y otro donde habita el no-nato. En tu mano izquierda el escudo circular, el mapa de tu destino, y en tu mano derecha… el Gladius, la diosa Spatha, la fuerza de la tormenta de Coriolis.

Ad astra per aspera… a las estrellas por el camino difícil

El camino hacia el Gólgota, la colina donde se prepara para la batalla la 13º, se encuentra plagado de soldados en lo que se puede llamar un espectáculo digno de verse. A la izquierda unos pocos conversos, se dicen llamar Cristianos, hincan la rodilla en el sucio barro y oran a un Dios caníbal (comerás mi carne y beberás mi sangre) la cruz y el pez son su estandarte, en mi opinión Trajano debería haberlos exterminado. A mi derecha la escena repetida una y mil veces en la historia de Roma, rituales a Marte nuestro “bellum princeps” el dios de la guerra exige sacrificios de carne, carneros degollados, vestales danzando al ritmo de la música, vino que infunde coraje a nuestros soldados y la adrenalina que corre por sus venas como perros enrabiados. Dentro de poco la sangre correrá

Si vis pacem para Bellum… si buscas paz, preparate para la guerra

El centurión se sitúa al frente de de la 1º cohorte, no es ni mucho menos la primera vez que afronta el miedo. Las cicatrices que recorren su cuerpo, tenso, son una buena prueba de ello. Se ajusta el casco ligero, la coraza bien pertrechada, el “pugio” (la daga) disimulada pero siempre presta, y en la mano derecha la iniquidad de los hombres. En la colina situada a media milla, se encuentran los Pictos, una de las tribus que pueblan el norte de Britania, veneran la magia del bosque, adornan sus cuerpos con antiguas runas, siguen las ordenes de sus respetados Druidas hasta el encuentro de la muerte en las lanzas romanas y poseen una bebida de espuma blanca y rubios destellos… el corazón de esta gente es salvaje, indómito, luchan con la sangre en su mirada y no temen a la muerte. Son los perfectos enemigos del águila imperial…

El primer centurión aprieta la espada en su mano derecha, sin pensarlo controla el temblor que produce la excitación en su mano izquierda, hunde la rodilla en el frío y húmedo barro como señal de respeto ( o tal vez conversión) y lentamente se coloca el silbato en la boca, comienza a mover el Gladius sobre su cabeza, y tan sólo entonces, hace sonar el silbato… de manera metódica, de manera distraída… como si no quisiera pensar en la cantidad de almas que acaba de entregar a Plutón, esta noche el barquero tendrá faena…

Alea iacta es… la suerte esta echada

Un instante después del sonido lacerante del silbato, un clamor de voces se hace eco en el Gólgota, toda una legión de almas romanas se aproxima al encuentro de la misma muerte. Los pictos con los ojos inyectados en sangre y la piel entumecida adornada de hermosas runas, corren al encuentro de la 13º con una temeridad envidiable. En la primera embestida, el centurión siente como su Gladius traspasa el pecho de un Picto que con cara asustada cae al suelo en medio de terribles espasmos, la piedad se aplica en el senado, aquí no se aplica la suerte de una muerte rápida. Por tanto el centurión le da la espalda y lo abandona a merced de su dolor, el Picto llora… El segundo combatiente, un chiquillo de no más de 15 años, con el temor en sus ojos patente como un gato sarnoso, lanza una embestida (perdida desde sus inicios) logra arrebatar de un codazo el escudo del centurión y recibe como premio el dolor en su pecho, provocado por el pugio (la daga).La sangre mana de su herida y la cara de sorpresa pone de manifiesto la gravedad de la situación, Plutón esta sediento… Silencio, de repente y sin aviso, el silencio. Es el silencio que precede a un momento importante, es el silencio de la antesala a un momento de inflexión en la vida de un hombre, ese silencio que por momentos duele, se presenta en los oídos de Gaio Voreno. El Picto que dirige sus enrojecidos ojos a la figura de Gaio, el Picto que se presenta ante él no tiene nada de común, su rostro transformado en una mascara de ira, sus amplias y cortantes facciones, su mirada hosca y dura y sobretodo y ante todo su presencia, le confieren una fiereza insultante. El respeto a veces se confunde con el miedo Gaio…

Sit vis boviscum… que la fuerza esté contigo

Gaio entiende que este es por ende su destino y mientras aferra con más fuerza el Gladius dirige una mirada suplicante a su escudo, al mapa de su destino. El Picto empuña dos hachas de doble filo, en la base una calavera las adorna y ambas se encuentran manchadas de sangre romana. Adelanta su imponente cuerpo y se abalanza contra Gaio con el metal como saludo. El centurión rueda por el barro y lanza una estocada semicircular baja, muy baja. Un truco sucio que aprendió en la Galia y que hace postrar a las bestias más grandes. El Picto lanza un aullido de dolor al notar la carne abriéndose en su muslo y con un alarido de pura rabia se lanza de nuevo contra el romano. Gaio esta vencido, inmóvil en el suelo recibe el golpe del hacha en su pecho, la coraza se resquebraja y el frío del hierro se hace notar en contraste con la sangre caliente que de inmediato se libera, atrayendo con su olor el fino olfato de la muerte. Tambaleante pero con una grotesca muesca en la boca que él llama una sonrisa, el Picto, se acerca a Gaio. Se arrodilla ante el centurión y casi con cariño le libera de su casco, le susurra unas palabras en su oído izquierdo (el oído de su destino tal vez?) y con un movimiento rápido, directo y llevado a la práctica durante 15 largos años, separa la cabeza del cuello del centurión Romano. Esta noche esa misma cabeza decorará la antesala de la gran reunión.

Ubi mors ibi spes… donde está la muerte está la esperanza

Un esbozo de grito, un ronco bramido, desgarrador y lleno de rabia, un grito sin la esencia de su sonido, colérico y enfermizo. Un espantoso bramido producido por unas cuerdas vocales aún en formación, un grito tan salvaje que mueve los cimientos del mundo como una tormenta que arranca vida a su paso. Un sonido que jamás perderá su significado por el lento trajín de los tiempos. El sonido que produce un pequeño cuerpecito puede ser aterrador, el grito del hijo no-nato se siente en ese preciso instante en el vientre de la madre. Se siente en el preciso instante en que la cabeza de Gaio Gentúlico Lucio Voreno rueda por el frío barro de Britania, se siente en el maldito momento en que este hombre muere a manos de otro hombre.

Y la madre llora, la madre se ahoga en su llanto. No llora por su marido muerto, no llora por su suerte (la de ahora) suerte de viuda rendida a la caridad de las gentes. La madre llora por su hijo no-nato, la madre llora por el destino de los hombres, puesto que conoce la suerte de las estirpes condenadas a cien años de dolor, a siglos de venganza. Conoce el destino de su hijo no-nato, dispuesto de nacimiento a hacer del Odio su vida, conoce la suerte de los hombres dispuestos a sangrar infinitamente de sus heridas, conoce la necedad de los hombres, la iniquidad de las bestias, la mentira y el odio, el poder del Gladius y la fuerza de la sangre que por siglos y siglos se derrama, hasta que la tierra no pueda tragarla. Hasta que los muertos no tengan lugar en el Hades y necesiten caminar de nuevo por la tierra.

Las palabras que el Picto repitió en el oído derecho, en el oído del destino de Gaio. Son las únicas palabras que el Picto conoce del latín, son las palabras que el asesino de su padre le dedicó antes de morir, diez años antes. Son las palabras que el Picto reserva a cada una de sus victimas y que repite en sueños, una y otra vez…

Crudelius est quam mori semper timere mortem…
Es más cruel tenerle miedo a la muerte que morir (lucio Anneo Séneca)


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Qué es esto.Qué rollazo más grande, por meter palabras cultas no vas a parecer más culto. Eso no te lo leerías ni tú si no fuera tuyo.
Marta Uma Blanco ha dicho que…
¿De verdad esto es un sueño???????
¡Vaya! ¡Qué movidito!
¿Es un fragmento aislado? Te animo a seguir, sigue, por favor. Me gustan muchas cosas, por ejemplo, encabezar los párrafos con frases latinas, le da ambiente al párrafo que sigue, te envuelve en el halo de la antiguedad. También cuando imagino la guerra pienso, sin querer, en hombres que no son como los que yo conozco, qué se yo, hombres crueles, incapaces de sentir ternura. Por eso, presentar antes de la batalla al centurión en una escena tan delicada como la que retratas y luego enviarlo a luchar cuerpo a cuerpo... te hace vibrar ante lo injusto y lo estúpido de la muerte por la muerte. ¿Sabes que el hombre es el único animal que mata en masa? ¡Ay!
Y el final ¿pueden los lazos de amor unir dos vidas de esa forma? Claro que sí. A mí me ha pasado. Si somos capaces de tanto ¿por qué nos conformamos con tan poco?
Un abrazo
Marta U.

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