Partida de ajedrez
Casualidad. (Del lat. casuālis).
Combinación de
circunstancias que no se pueden prever ni evitar
Sera
Hacía mucho tiempo que se mezclaban los
olores en la nariz de Sera. Al principio eran tenues fragancias que no tenían
nada de particular, un ligero toque de canela, un pequeño soplo de jazmín y tan
sólo algunos días se podían advertir sencillos instantes de melocotón. “Pueden
ser cualquier cosa” se repetía Sera una y otra vez, aunque el pensamiento la
acosaba a lo largo de todo el día. Al cabo de un mes los olores,
desgraciadamente, eran… como lo llamaría… familiares. Por si esto fuera poco,
ahora iban acompañados por marcas en el cuello, surcos de arañazos en el dorso
de la espalda, continuas desapariciones por parte de él y un sin fin de
pequeñas razones para no hacer el amor con ella.
El universo de Sera se estaba contrayendo
por momentos. Aquel pequeño universo que giraba alrededor de su pareja, se
retraía a cada arañazo. Se consumía gracias a la mentira y aunque Sera jamás lo
admitió, se deshacía pedacito a pedacito.
Viajemos en el tiempo amigo lector,
hagamos usted y yo un pequeño paréntesis en nuestras vidas. Surquemos las
marismas del olvido, dos años antes. Justo en
Santiago de Compostela, donde una estudiante de enfermería deja su
porvenir. Abandona su familia y amigos por un motivo sencillo pero que a la vez
mueve el mundo: el amor. El amor con mayúsculas que esta señorita le concede
como un preciado regalo a un sencillo comercial de Barcelona. Hagan ustedes ese
acto de contrición, y díganme si no es un acto legítimo, si no es algo digno de
hacer y de merecer por supuesto.
Sera no necesitó el permiso de sus padres
para hacer la maleta. Para empacar su vida en pocas palabras y embarcarse en
esa pequeña cruzada que había decidido sería su vida al lado de su amado. En
cuestión de horas se encontraba inmersa en una ciudad única, majestuosa y
señorial. En esa ciudad de la vida que es Barcelona. Aquella ciudad le brindaba
la oportunidad de la felicidad sin reservas. Y nuestra Sera se dijo para sus
adentros, sin miedos, que sería feliz a toda costa sin importar el precio.
Han pasado dos largos años, el tiempo
“aquel pequeño enano tramposo” como le llaman algunos, no perdona. Nuestra Sera
se ha convertido en toda una mujer, dedicada en cuerpo y alma a su pareja, la
vida ha transcurrido sin pena ni gloria. En un ambiente sencillo y discreto. Se
relacionan de manera sosegada con la comunidad, el sábado visita al
supermercado de turno y el domingo comida con la familia de él, en Barcelona.
Hoy, jueves 15 de Diciembre el pequeño
universo de Sera se contraerá sobre sí mismo de una manera inesperada.
Como era costumbre por Navidad, la pareja
había reservado dos billetes de autobús con destino Santiago de Compostela.
Pasaban unos días en compañía de la familia de la chica y de paso desconectaban
durante unos días del frenesí de la gran ciudad.
Sera lo había buscado durante semanas en
las librerías del barrio, estaba perdiendo por momentos la esperanza de
encontrarlo pero casi por “arte de magia” divisó en la estantería de la enésima
librería que visitaba ese día, la portada celeste que tanto había buscado. Se
titulaba “Soledad de amores” y era el libro que Sera deseaba como compañero en
las 15 horas de viaje que duraba el trayecto. Ese libro era algo más que una
novela, era uno de esos títulos que llamaban a golpes la curiosidad de nuestra
chica. Sera imaginaba un mundo de nostalgias detrás de ese título y como una niña encaprichada puso rumbo a casa para preparar
la maleta, pensaba hacer algunas compras más pero la ilusión de encontrar ese objeto
tan deseado había puesto punto y final a la salida por el centro de Barcelona.
La antigua puerta de metal necesitó como
siempre de la típica “patada de suplemento” para poder abrirse, a la que Sera ya estaba acostumbrada, los
peldaños de la escalera se sucedieron a un rítmico compás lleno de una conocida
cadencia. El pasillo sencillamente decorado apenas distrajo la vista de Sera
que se encontraba embrujada por la portada celeste del libro. Y en un instante
la atención de Sera se vio sacudida, por un aroma ya conocido. Con incredulidad
y sencillez abrió la puerta de casa, casi sin pensarlo se encontró sumida en un
pequeño trance, era como una película a cámara lenta en la cual se sucedían
imágenes intercaladas que por el momento no mantenían relación aparente.
Después de cruzar la puerta, tan solo
unos instantes después de ver aquellos dos cuerpos entrelazados en su cama,
Sera notó un pequeño sonido, seco y rotundo. Un sonido sencillo pero a la vez
inconfundible. Sera escuchó con sorpresa pero con total aplomo el sonido que provenía
de su pecho. Escuchó cómo se quebraba su corazón y tuvo la entereza de seguir
de pie para contemplar la funesta escena.
Hay un momento en la vida de una persona
en la cual las palabras no dicen nada. Hay un momento en la vida de cada uno de
nosotros en el cual un “te quiero” o un “lo siento” no tiene ningún
significado. Es como si hubiesen quedado devaluados a la condición de nada. Es
triste cómo palabras tan pesadas se vuelven en un instante tan livianas. Pero
fue lo que le ocurrió a Sera, de nada sirvió que su pareja le rogara, le
pidiera, se arrodillara o le llorara. Sera miró esos ojos vacuos que una vez
fueron el espejo de su alma y no encontró nada en lo que confiar. Y la
confianza es sencillamente uno de los pilares donde se sustentan todas nuestras
relaciones.
Con sencillez pero sin pausa, como una
sombra que apenas se mueve pero siempre avanza. Sera terminó de empacar sus
cosas en la maleta. Cuatro sencillas mudas de ropa, algunas joyas y muchos
recuerdos. En el bolsillo izquierdo de la chaqueta colgaban los dos billetes de
autobús, en la mano derecha pendía brillante y azulado “Soledad de amores” y de
las dos mejillas colgaban sendas lagrimas indecisas, de aquellas que nunca terminan
de caer, las cuales le conferían a Sera una belleza triste y delicada.
Sera se presentó delante del taquillero
junto con sus dos lágrimas eternas, voz quebrada y la decisión de marchar sin
mirar atrás
-Por favor quiero cancelar un billete de
autobús
-¿Está usted segura señorita? Tengo que
informarle que perderá un veinte por ciento del valor del billete
-No quiero ese billete, viajo sola.
-Como usted prefiera, señorita. Tiene
usted un aspecto triste. ¿Le ocurre algo?
-Un pequeño crujido en el pecho, nada
más.
Fede
El insomnio es uno de los grandes males
que azotan el mundo. Es como un eterno viaje que jamás llega a su fin. Visitas
dos mundos a la vez y en realidad no te
encuentras presente en ninguno de ellos. Fede llevaba dos largos días sin poder
dormir, eran las tres de la mañana y había tomado valeriana como para parar un
tren, pero era sencillamente incapaz de relajarse. Fede ejecutaba en las
sombras la danza del insomne, intentando desesperadamente conciliar el sueño,
pero como muchas cosas en esta vida, mientras más lo deseaba menos lo lograba.
Era realmente desesperante.
El subconsciente a veces nos juega malas
pasadas. En el caso de Fede algo le impedía dormir. A eso de las cuatro de la
mañana desistió de su intento por conciliar el sueño, se levantó (o más bien se
arrastró) de la cama a la sala de estar. Encendió un cigarrillo y como muchas otras veces habló en silencio
consigo mismo. Buscando una respuesta, un “sí” o un “no”.
Hacía 15 largos años que Fede había
llegado a Barcelona con su madre, que dormía en la otra habitación. Fede era el
hijo único de un matrimonio naufragado en sus albores, la llegada a Barcelona
se presentaba como la oportunidad tanto para él como para su madre de volver a
empezar de cero. Volver a ser felices tan solo teniendo al otro como sustento.
De su antigua vida, apenas quedaba un pequeño borrón en la mente del chico.
Apenas recordaba la presencia de su padre y ahora ese borrón se distorsionaba
haciéndose por momentos más y más grande. Había que tomar una decisión. “Sí” o “no”.
La llamada se produjo dos días antes, Fede
se encontraba solo en casa y descolgó el teléfono.
-¿Sí?
-¿Fede?
-Sí soy Fede, ¿quién es usted?
-Soy José, tu abuelo. Tu padre ha muerto.
Fede había colgado el teléfono después de
aquello, fue incapaz de decirle nada a su madre. Al principio se había dicho a
sí mismo que no le importaba que aquel bastardo se hubiera muerto. Él los había
abandonado hace años, ¿por qué debería importarle? Fede se había dicho a sí
mismo que no lloraría por la muerte de ese desconocido, porque no era ni más ni
menos que eso, un perfecto desconocido. Fede se negaba a llegar a la conclusión
de que no podía dormir después de conocer la noticia de que su padre había
muerto. Por eso ese “sí” o “no” adquiría por momentos una importancia
trascendental. Y nuestro chico a cada instante era más consciente de ello. Fede
apuró el cigarrillo hasta el filtro y con paso tambaleante se dirigió a su
cama, se dejó caer como un peso muerto
sobre las sábanas y permaneció un rato de costado en posición de defensa. El
ritmo de la respiración lento y sosegado. La mente en blanco, calmada,
reposada. Los latidos del corazón se hicieron cada vez más pausados, más
tranquilos. De repente y en un suspiro el ritmo del corazón cobro vida y batió
sin barreras, libre y desbocado. El borrón de la memoria se hizo más grande y
Fede entre sollozos y con los ojos rojos, profundamente trastocado pronunció un
“sí” gutural y profundo. De aquellos que no dejan dudas.
Estaba decidido, viajaría a Santiago para
darle el adiós a su padre en su funeral. Pero de la manera que se dice adiós a
las cosas que ya no quieres. De la manera que se entierra el pasado sencillamente
para que no moleste.
Entre nosotros, Fede nunca quiso
reconocer que era una lágrima caliente lo que le bañaba el rostro aquella
noche.
La estación de autobuses…
-Haga el favor, vuelva a mirarlo.
-Lo siento caballero, pero no tengo
plazas
-Necesito coger ese autobús es… muy
importante para mí
-Señor lo siento pero no tengo nada
disponible para Santiago de Compostela hoy, entiéndalo, son fiestas, está todo
lleno.
Me
gusta cuando callas y estás como ausente, y me oyes desde lejos y mi voz no te
toca… me gustas cuando callas, distante y dolorosa…
-Por lo que más quiera necesito una plaza
a Santiago ¡tengo que enterrar a mi padre!
-Señor no tengo plazas ¡no puedo hacer
nada!
Fede entorno sus ojos y volvió a recitar
un trozo de esa letanía que le procuraba calma y confianza “Como todas las cosas están llenas de mi alma, emerges de las cosas
llena del alma mía” Fede escrutó los ojos del taquillero, revolvió su
mirada en toda la estancia y se encontró mirándola fijamente. Se encontró en un
instante clavando sus diáfanas pupilas en el rostro de esa chica que con aire
triste y sencillo conseguía desprender una tranquilidad y calma difícil de
encontrar en una ciudad tan grande. La chica en cuestión hubiese pasado
desapercibida a los ojos de Fede en otro momento de su vida, pero había algo en
su mirada que atraía inexorablemente su atención. Fede confesaría más tarde que
esa tristeza calmada fue sin duda la razón por la cual no pudo apartar los ojos
de Sera.
-¡Señor! justo acaban de cancelar un
billete con destino Santiago. ¡Esta de suerte! estas cosas no suelen pasar así
como así, es una gran casualidad.
-Démelo, haga el favor.
¿El peso o la levedad? Ese fue uno de los
grandes dilemas de la antigüedad. Grandes filósofos de la talla de Parménides,
discurrieron largo y tendido sobre esta dualidad no tan sólo de la materia
física sino de la condición humana. Me explico, según Milan Kundera, una
decisión a priori leve puede convertirse en un hecho de un peso importante. O
lo que es lo mismo, a veces escogemos un camino por su sencillez que termina
por ser una carga muy pesada. A veces las decisiones más pequeñas son las que
marcan la diferencia en la vida, aunque también se podría hablar de
casualidades que marcan el destino. Al final todo se resume a una cuestión de
etiqueta. En nuestro caso no sabría decirles si fueron un cúmulo de decisiones
de carácter sencillo o el peso de las casualidades el factor, gracias al cual
Fede y Sera se encontraron en el mismo autobús.
-Perdona, ése es mi asiento
-¿Cómo?
-La ventanilla, me gusta viajar al lado
de la ventana.
-¡Ah! pero yo tengo el número 15 y es
ventana, lo siento chica.
Con las prisas Sera se había confundido
de billete. Había anulado el billete de ventana y era justamente el que Fede
tenía. Sera se notaba cargada, notaba los hombros tensos y las manos frías,
estaba pasando por un momento complicado y en su mente se confundían muchos
conceptos. Poco a poco Sera estaba asimilando su decisión de volver a casa y
era realmente duro tener que afrontar la realidad. El hecho de no poder viajar
en ventanilla se descubría como la pequeña gota que colma el vaso y Sera estaba
a un paso de perder la calma que había esbozado durante todo el día. Esa
pequeña lágrima que había retenido durante toda la mañana empezaba, ahora, a
caer lenta y sencilla por el rostro de Sera. Fede, la miró con semblante serio.
Recogió del suelo su pequeña bolsa de viaje y sin decir palabra se levantó para
cederle el sitio a Sera.
Dice
un proverbio árabe “Si lo que tienes que decir no es más bello que el silencio,
mejor no lo digas”. No hay nada más gratificante para un habitante de la gran
urbe que alejarse de ella por un momento, el silencio es una de las grandes
diferencias. En cuanto te alejas un poco de esa gran concentración de seres el
silencio es palpable, se adueña de una estancia lentamente y si viene adornado
de gotas de lluvia como en este caso adquiere una cadencia trascendental, casi
mística. Como si fuera un gran tesoro, con gestos lentos y calculados, con
sencillez y decisión Fede sacó su vieja cartera de cuero de los pantalones.
Llevaba mucho tiempo sin hacerlo, pero sabía perfectamente dónde se encontraba,
deslizó sus dedos con elegancia y extrajo una pequeña fotografía descolorida y
arrugada. En la foto se observaba un chico de unos cinco años con el pelo
revuelto y sonrisa de anuncio al lado de una bicicleta roja con un lazo enorme colgando
de la rueda trasera. A la izquierda arrodillado un hombre de unos treinta años
con camisa de rayas y barba de una semana, que agarraba simbólicamente de la
falda a una chica que miraba a los dos con semblante complacido. Fede clavó sus
ojos con intensidad en el hombre de la barba, lo escrutó de pies a cabeza y lo
maldijo para sus adentros con toda su rabia. El hombre de la foto era su padre.
Fede notó que su pulso se aceleraba por momentos y como hacía siempre que
estaba nervioso comenzó lentamente a recitar en voz baja la letanía que había
memorizado de pequeño para poder calmarse… Me
gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos…
-Y
mi voz no te toca.
¡Era ella! Sera miraba intensamente a
Fede sin miedos ni tapujos mientras lentamente hablaba. Sera le devolvía una
mirada cálida y llena de sentimiento como queriendo devolverle el favor de
cambiarle el asiento y Fede escrutaba sus grandes ojos buscando una ranura por
donde colarse…
-Ya te escuché en la estación recitando
ese poema de Neruda, estaba anulando un billete que no quería y tú estabas a mi
derecha.
-Sí, yo también te observé en la estación
tenias un semblante triste, estabas como a punto de llorar, ¿te encuentras
bien?
-Estoy bien es tan sólo una cuestión de
tiempo, ¿te gusta Neruda?
-En realidad no he leído casi nada, mi
madre me hizo aprender de memoria uno de sus poemas para que lo recitara en voz
baja cuando estoy nervioso.
-A mí me encanta Neruda, aunque ese poema
no recuerdo que número tiene, ¿sabes que forma parte de una colección de veinte
poemas?
-Sí y una canción desesperada ¿no?
-¡Exacto! mira justo ahora me compré un
libro que su título me recuerda a un poema de Neruda, ¿sabes cómo se llama?
-¿Cómo?
-Soledad de amores.
Se dice que la primera impresión es la
que cuenta. Pero todos intentamos dar una imagen exterior sólida y de valores
bien definidos. ¿Qué ocurre cuando dos personas se conocen en un momento bajo
de su vida? Que ocurre cuando dos personas se conocen y no tienen puesta la
máscara que se utiliza en la vida cotidiana, aquella con la que te subes al
metro en hora punta. Aquella con la que pagas el peaje o sencillamente aquella
con la que hablas de un aumento de sueldo con el jefe. Cuando Fede y Sera se
conocieron, los dos aceptaron el semblante calmado y triste del otro.
Sencillamente era algo que correspondía con su estado de ánimo y una cosa llevó
a la otra…
Las conversaciones entre ellos dos se
sucedían a una velocidad inimaginable, ¿dónde viven tus padres? ¡Ah! ¡Pero si es
al lado de los míos! ¿Dónde estudiabas? pero si eso esta ¡justo a la esquina!
El libro se quedó aparcado en una esquina. La mirada de Sera se posaba
tranquilamente en los ojos de Fede y este a su vez no podía apartar su vista de
la sonrisa ancha de Sera. Las 15 horas de viaje que dura el trayecto
Barcelona-Santiago fueron una exhalación y cuando llegaron a la estación de
autobuses por un momento se paró el tiempo, ese gran tirano.
-¿Sabes una cosa?
-No, pero seguro que me la dices.
-Jajaja, tan sólo he leído una página del
libro, pero es la página más importante.
-¿Ah sí? ¿Y cual es? ¿La contraportada?
-No, la primera hoja donde se deja el
espacio para poner una dedicatoria, ya sabes a mis familiares, a mi editor o a
mis amigos, por ejemplo.
-¿Y que pone tu libro, Sera?
-Mi libro, tiene un antiguo proverbio
indio. ¿Quieres saber cual es Fede?
-No me hagas rogártelo…
-Todo lo que no es dado, es perdido… Así
que aquí tienes Fede, mi número de teléfono.
Que increíble es la vida por momentos, a
veces cuando piensas que lo mejor es que el mundo se pare para que uno pueda
bajarse, un golpe del destino o debería decir una casualidad, te traslada a un
universo paralelo, o por lo menos diferente. Fede acudió al entierro de su
padre con semblante serio, mirada fija y corazón encogido. En la mano derecha
la esquela de su padre y en la mano izquierda un número de teléfono apuntado
con nerviosismo. Curiosa imagen, los dos brazos colgando a los costados. Dos
brazos que cargaban con el peso de las decisiones. En uno de ellos colgando la
esquela del muerto y en el otro el número de teléfono que simboliza la ilusión
y porque no decirlo la esperanza, la vida. Pero yo quiero ser cómo Johann
Herder, quiero creer que la casualidad mueve el mundo, quiero ser como un niño
pequeño que cree en los símbolos y en los números. Quiero creer en la fuerza
oculta que mueve nuestras vidas, que a veces sencillamente se presenta en forma
de número. Tal vez nadie me crea cuando digo que fue el número 15 el que hizo
que Fede y Sera juntaran sus caminos, pero yo quiero creer que ese poema sin
título, era el quince de los veinte poemas de amor de ese gran genio que es
Neruda y necesitó pensar igual que Herder. Que a veces somos sencillos peones
de una grandísima partida de ajedrez entre los dos mayores tiranos del mundo,
la casualidad y el tiempo.
Comentarios
En este escrito se muestra que tienes tus creencias bien escondidas, si no no escribirías tal historia. Un besito con cariño ;)